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Es el ambiente del frenesí desatado en las calles, tiendas y centros comerciales por comprar algo para alguien, aunque el festejado está solo y abandonado en los templos
El estribillo musical de los cánticos navideños nos dice y repiten que hoy es una noche de paz con la alabanza de gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Por cientos de años esta fecha ha sido motivo de tregua en varias guerras, de unión y perdón entre adversarios, pero sobre todo del reconocimiento de nuestra naturaleza frágil y humana, dotada de la capacidad de creer en alguien y en algo. Las reuniones familiares y con amigos son el reconocimiento de un anhelo natural de convivencia con el prójimo y con los que queremos. Es el ambiente perfecto para olvidar ofensas o deudas pendientes. Puede ser de indulto, indulgencia, amnistía o gracia.
De cualquier manera, es la oportunidad de ponernos en paz y a mano con los demás.
Pero ¿realmente podemos vivir en paz?
Arribamos a este día con dos guerras entre Rusia y Ucrania, entre Israel y Palestina, por mencionar confrontaciones bélicas “convencionales”, pero en varias latitudes, y en especial en nuestro país, hay conflictos armados, violencia desbordada, masacres, desapariciones, feminicidios, infanticidios y lo menos son desplazamientos, viacrucis de migrantes y desolados en las calles que no tienen vivienda, territorio o comida.
Los seres humanos, paradójicamente, somos los únicos animales, si bien, racionales, pero sumamente violentos y lobos entre nosotros. Generamos la violencia para exterminar con saña a los que consideramos enemigos. Desde un simple chismorreo ácido y quejumbroso entre compañeros de trabajo con el afán de desaparecerlos de la faz de la oficina y del mundo hasta verdaderas conspiraciones para dañarlo en su imagen y honor. Lobos de nosotros mismos.
La patria está desgarrada por una violencia descontrolada e impune. Ya no hay excepciones de eventos o lugares salpicados de hechos de sangre que servía de justificación de autoridades ante la incapacidad de poner orden y rumbo. Carreteras del país son controladas por mafiosos, retenes (falsos o verdaderos, legales o ilegales) donde personas armadas actúan a plena luz del día. Cobro de piso donde se demuestra quién está ya mandando en este país, amparados en una impunidad que huele a complicidad.
Los violentos cada vez van controlando más el territorio, imponiendo su ley sin respetar familias, autoridades o leyes. Desearíamos que la noche de paz se convirtiera en un país de paz.
Esa violencia salvaje de grupos delincuenciales asombra porque sus integrantes, hipnotizados o drogados, son de las mismas comunidades que rasgan y sangran a sus propios vecinos porque son del bando contrario donde la consigna es aniquilarlos.
La convivencia en pequeñas y medianas comunidades han quedado en el olvido y ahora, la “maña” o el “patrón” del pueblo impone su ley, los recluta prometiendo dinero y poder, influencia e impunidad a cambio de tener el control territorial para crear su zona delincuencial. Y los arma para enfrentarse y matarse con sus competidores: no hay una causa justa, una lucha ideológica, una razón política y benéfica ni objetivo de mejorar como persona.
Todo se enfoca a eliminar, a ampliar el mercado de venta de estupefacientes, de ganar para su banda criminal a los jovencitos de las escuelas del pueblo, a vender droga en los antros y bares del pueblo. A embrutecer pues, al futuro y presente de su propia comunidad. Y para distraer tanto a víctimas como a promotores de la violencia, los entretienen con bandas que entonan corridos ensalzando como modelos a quienes se han destacado en la vida criminal, o ahora con los corridos tumbados con cantantes que usan las redes sociales para hacerse virales y mientras ellos ganan miles de dólares, con rolas que denigran a la mujer, que resaltan como actividad ejemplar el dedicarse al “trabajo” de narcos, los jovencitos caen en las calles, por sobredosis o abatidos por balas expansivas que los atraviesan de lado a lado.
En esta noche de paz, podemos reflexionar en que algo está funcionando mal. Algo se nos ha salido de control, que hemos perdido la visión de convivir para bien de todos. El síndrome de Caín y Abel sigue presente en la naturaleza humana.
¿Podemos concebir que en la llamada sociedad de la información y comunicación o de la era de la tecnología digital, donde presumimos estándares de robótica, mecatrónica y ciencia aeroespacial, la violencia entre seres humanos está en su máxima expresión en cantidad, saña y barbarie como eso de sacar el corazón de los enemigos como mensaje a la banda criminal rival?
Y lo más preocupante es el estado apático, indiferente y abúlico que mantenemos como si se nos hubiera agotado la capacidad de asombro. Estamos a punto de llegar a la impresionante cantidad de 175 mil personas asesinadas en lo que va de esta administración federal y parece que nuestra preocupación e interés es buscar la última versión actualizada del teléfono inteligente para presumir y apantallar a los amigos y compañeros de trabajo.
Esa ceguera y autismo de ver la realidad violenta en México la suplimos con memes sarcásticos que no cambian para nada la situación, que banalizamos los serios problemas con una sonrisa y creemos que con compartirlo a los contactos cambiará todo.
Todavía no nos convencemos de lo acorazado y conchudas que están las autoridades para aceptar lo que sucede en el México amplio y profundo. Ellos tienen unos lentes para ver lo que quieren ver y para sus adversarios se ponen unos lentes obscuros. Mientras estemos entretenidos con las redes sociales, recibiendo y enviando memes haciendo escarnio de todo, seguirán ignorando la inseguridad, falta de apoyo a los campesinos y ganaderos, el incremento de desaparecidos, el reinado de la impunidad y violencia del crimen organizado, el sistema de salud desecho y el atraso en educación, entre otras deficiencias.
Y la falta de reacción o actividad ante todo ello es porque nos ha dañado hasta la médula el afán de poder, la soberbia humana, la arrogancia intelectual, la presunción materialista y la vanidad racional. Estamos encerrados en nosotros mismos, con un egoísmo y narcisismo como pocas veces en las etapas de la humanidad.
Hay grupos que con pretextos de igualdad o democracia buscan el poder por el poder mismo, por tener y dominar a los demás. Y para ello recurren a lo que haga falta por la vida formal o informal, por las buenas o por las malas, por la eliminación o borrar del mapa a quien interfiera en sus ambiciones.
La soberbia humana nos ha llevado a creer que somos inmortales y que podemos controlar todo lo que nos rodea, incluidas las personas, la naturaleza y las circunstancias. Y la soberbia es el peor de los defectos de carácter o de los pecados, porque implica rebeldía sin causa, creernos inmejorables ante los demás y a los propios superiores. Es el grito desgarrado del gran resentimiento que hemos cultivado por fracasos mal procesados y perversidades egoístas del Non Serviam, es el no te serviré que le gritamos a Dios con soberbia retadora.
Como consecuencia de esa soberbia arribamos a una arrogancia intelectual al sentirnos que sabemos más que los demás. Que no aceptamos consejos ni recomendaciones porque nuestro intelecto es superior a cualquiera. Pero, además, con eso humillamos al prójimo, presumiendo la oratoria retórica, las palabras e ideas rebuscadas para hacer sentir menos o tonto a quienes nos escuchan.
Y esa presunción materialista de acumular de manera escandalosa e innecesaria sólo para gritar a los cuatro vientos que hemos “triunfado” en esta vida, que tenemos más de lo que nos podíamos imaginar y usamos las redes sociales como escaparate de esa presunción que cae en un narcisismo perverso. Queremos acumular riquezas, objetos para presumirlos y sobre todo “likes” como nueva aspiración de demostrar supremacía y éxito.
Finalmente, la vanidad racional nos ha cortado las alas del espíritu. Somos seres con la mirada en la tierra, incapaces de ver el sol porque nos quema la vista. Por eso no vemos el cielo.
Por eso, con un ánimo sincero y esperanzador en estos tiempos de guerras, violencia y odio, donde la ambición desmedida por tener más, poder más, dominar y aplastar a otros que nos nubla la vista y el alma, deseamos paz, olvidando que en esta vida somos temporales y vamos como pasajeros sin saber dónde será nuestra estación de bajada.
Solo la figura humilde del nacimiento en un portal, desprovisto de comodidades y lujos nos da esperanza en la conmemoración de su llegada al mundo para proclamar una vida de paz y amor, una noche verdaderamente de paz espiritual.
Esta noche de paz ¿podremos dejar de ser lobos y amarnos?
Muy feliz Navidad, así con precisión, de la natividad de Jesús que significa nacimiento, que es el centro de esta celebración y no esa generalidad subjetiva de “felices fiestas…”.
Fuente: https://www.eldiariodechihuahua.mx/opinion/los-lobos-tambien-aman-20231223-2134227.html